Don Jacinto saboreaba el
Tío Pepe en Rama acompañado del Joselito cortado por el campeón de
España en el interior acristalado del hotel con aire acondicionado desde donde
se divisaba la calle. Sonaba un piano flamenco.
Esperaba a uno de sus empleados al que había enviado a
comprar una barrera para la corrida de Morante.
Un Montecristo yacía en su cápsula metálica en el velador.
Fuera, grupos de gente sudorosa bebía algo parecido a vino
dulce mientras cantaban y bailaban. Se intentaban quitar el calor con abanicos
de plástico patrocinados por una marca de cerveza exquisita.
De repente apareció alguien con un papelón de jamón de pata blanca
cortado a máquina y piquitos, que compartieron.
No podía oír las risas, por el Climalit, pero si ver las
caras.
“Parecen felices”, pensó .
Descolgó el móvil: “Compra acciones de esa cerveza y de ese
vino”.
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