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Mostrando entradas de enero, 2013

CARNE DE CABALLO

    Tengo 53 años. Mis recuerdos borrosos tienen   unos 47 y mis recuerdos nítidos unos   cuantos menos. Mi memoria selectiva debe tener archivados muchos, bajo candado. Pero de vez en cuando se le escapa alguno. Entre mis recuerdos borrosos están unas bancas de madera de un colegio húmedo en las que habitaban ‘’chinches’’, que producían ‘’ronchas’’,habones como monedas de a ‘’dos reales’’. Los palmetazos de la señorita Juanita, la coja, a la que temíamos como una vara verde. Después de la guerra te daban el título de maestra con tener el bachiller. Y por supuesto adhesión inquebrantable al   Glorioso Alzamiento. Los sabañones de los dedos. En un piso   había para el alquiler pero no   para   calefacción y tampoco se podían hacer braseros de cisco, como en el corralón. El ‘’colorín’’ ,   que luego supe sarampión. Recuerdo ir a la droguería de ‘’Dora’’ a comprar colonia a granel. Tu llevabas el frasquito y ella te dispensaba los milímetros cúbicos pertinentes con un

EL TURISMO ES UN GRAN INVENTO

Aquí hubo altos hornos pero se los llevaron, decían los viejos. Y textil. Y vino. Había agricultura. Y pesca. No era para tirar cohetes, pero era como en todos lados. Pero alguien descubrió que lo mejor era vender el sol. Que los altos hornos y todo eso, mejor para los helados nortes. Y llegaron los 60 y aquí un inglés se comía una paella por un duro, un alemán se bebía toda la Victoria del mundo por tres pesetas y una sueca se acostaba con un Paco de balde. Y los madrileños y los catalanes, que, pobrecillos, vivían tan mal en invierno que tenían que venir aquí en verano. Nosotros éramos sus baratos anfitriones. Los pescadores se hicieron camareros de chiringuito y los agricultores albañiles de hoteles y bungalows. Estuvo bien, se ganaba pasta y además los cronistas nos ponían como ejemplo de modernidad en la España gris de mediados del Régimen. Al olor de la pasta vinieron muchos . ''Un poné'' vinieron los de Sofico. Y ya se sabe que el olor

YOGURES

  Cuando yo era chico, muy chico, la leche la vendía el lechero. Un señor que repartía por las casas la leche de vaca o de cabra recién ordeñada. Venía con unas ''lecheras'' y te la echaba en un cacharro que en mi casa era una olla de esas rojas con el filo negro esmaltado. Yo no conocía las palabras pasteurización y mucho menos esterilización o ''UHT''. Pero ni yo ni los adultos, no creáis. La leche se hervía y punto. Si el lechero llegaba   a tu casa y no estabas, se llevaba tu leche y la hervía en su casa . Luego iba el niño a recogerla. Hervir la leche era delicado. Había que estar atento para que no ''subiera'', porque si eso ocurría, los quemadores de la cocina de gas se ponían perdidos y mamá tenía faena para rato. Oye, que lo de la vitrocerámica es de antes de ayer . Incluso había cacerolas especiales  con un aditamento que se supone lo  impedía . Luego he sabido que la leche ''subía'', porque