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El soplillo, la bota y el salchichón.



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Nos quejamos de la crisis Y lo hacemos con toda la razón del mundo, pues nos han cambiado la vida unos codiciosos cuya avaricia no entiende de sentimientos y unos corruptos a  su servicio.
Desde pequeño he oído que España era un país atrasado con respecto al resto de Europa, a la que siempre hemos pertenecido geográficamente, aunque no así en otros muchos aspectos.
Recuerdo de pequeño, de muy pequeño, acercarnos los niños del barrio al Puerto cuando venía un barco americano, a pedir centavos a los marineros.
Evidentemente no tenían ningún valor , pero para nosotros era como palpar la gran riqueza del gran país que había ganado la Guerra Mundial.
No recuerdo en absoluto haber pasado hambre, pero si las historias que mis abuelos y mis padres, con miedo y a cuentagotas me contaban de la guerra civil y de la posguerra. Del hambre.
Luego supe que el gran atraso de España se debió a la gran crisis del 98 , y se exacerbó con la guerra civil. Por aquí no pasó  el Sr. Marshall. España iba 40 años por detrás.

No nos acordamos de Santa Bárbara si no truena. Y está tronando bien.
Por eso quizás me hayan venido recuerdos de una infancia que siendo feliz, era austera. Recuerdos de cosas que no comprendía y ahora me parecen razonables.
Veréis: ayer compré un bota de vino . La anterior perdía y era un reclamo para las moscas.
Mis hijos no entienden que en mi casa siempre tenga que haber una bota de vino, un salchichón y un aventador de esparto. Se ríen.
Yo mismo durante mucho tiempo tampoco tenía muy claro por que. Es algo que me pedía el cuerpo. Como tener siempre en la cocina un almanaque de una imagen de Jesús Cautivo.
En un rincón de mi memoria está la fotografía de una puerta de cocina, la cocina de mi madre, con una almanaque de María Auxiliadora sobre el que pendía un viejo resto de salchichón momificado, que más bien parecía un ombligo, con su cordón rojo y blanco y su marchamo. Aquello incomestible lo quería yo tirar y casi me costaba un bofetón. ‘’¡Deja eso ahí! ¡Ni se te ocurra tirarlo!’’. ‘’Pero ¿ por que?’’. ‘’Tu déjalo ahí’’. Yo me reía, como ahora mis hijos de mi.
Ahora lo entiendo . aquello era una oración, un jeroglífico de una parte del Padrenuestro : ‘’El pan nuestro de cada día  dánosle hoy’’.
Mi bota, mi almanaque , mi salchichón y mi aventador tienen sentido.
El sentido que les da que algunos de nuestros abuelos tuvieran que comer mondas de patata rebuscadas en la basura, que no tuvieran carbón que aventar, ni vino que beber.
Que tuvieran miedo, un miedo similar al que sienten muchas personas hoy cuando se quedan sin trabajo, sin recursos, sin ayudas. Un miedo que no quiero para mi ni para mis hijos, ni para mis amigos, ni para mis conciudadanos ni para ningún ser humano.
Es el miedo a la soledad.
Y la vacunas se llaman solidaridad y justicia social.



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