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LA CULTURA SUBYACENTE




Ha surgido de aquel “underground “de finales de los 60 y principio de los 70 , como si el asfalto de lo comercial y  la apisonadora de lo lucrativo no hubiesen hecho completamente su trabajo y en lugar de reducir a desértica arena improductiva  aquella cultura alternativa, la hubiese dejado en drenante grava donde algunas cadáveres han servido de fertilizante estiércol a semillas que se colaron entre los guijarros y esperaron pacientemente acorazados en capas de trabajo, crianza de hijos y sopor sestero el momento en el que el asfalto se resquebraja en el momento justo.
No siempre es posible brotar.  Los peones camineros de los codiciosos negociantes y especuladores de la cultura, en forma de operaciones triunfos, “best sellers” noveleros , regentes de galerías o superproductores  de efectos especiales parchean incesantemente si la grieta es grande.
Pero de las pequeñas grietas cuasi imperceptibles surgen hierbas y florecillas  que a veces las dilatan hasta permitir algún tronquito.
Grietas que no alcanzan el tamaño ni siquiera de una peña o de una cofradía  (que son pequeñas jardineras que son permitidas por los trusts a modo de adorno). No, son pequeñas asociaciones de la discreción del musgo, individualidades del tamaño del liquen que se aferran a la gravilla  o corales a los que el agua salobre, lejos de ahogar, revive.
Esa culturita subyacente se aleja de grandilocuencias y se alimenta del tiempo. Porque tiempo es lo que sobra a sus principales actores y espectadores: los “flâneur”, los antiguos mirones de obra que quedaron huérfanos de ellas durante la crisis y ahora no se reenganchan a las del metro ni tiene ninguna esperanza de llegar con vida a las del bosque Repsol, los “yayoflautas”  y en menor medida, por disponer de menos tiempo, los abuelos esclavos.
Las ciudades y los pueblos se llenan apenas perceptiblemente, de poetas, rapsodas, escritores, pintores, músicos,  “cuarentunos”, actores de tenorios trasnochados o de obras ignotas, directores de películas en formato Android…
Como los cactus no necesitan mucho riego, sólo un poco de vino de Málaga y un rinconcillo caliente en cualquier bar del barrio o el centro, un hogar del pensionista o un centro cultural de distrito.
La única ganancia es la sensación de sentirse vivos.
Eso sí, por la mañana que no les falte el gimnasio.
Yo , “flâneur” precoz, estoy empezando a disfrutarlo. Menos el gimnasio, el gimnasio no.

LASA LASAETA

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